TODO CONVERGE EN UN INSTANTE.

Invierno... sentado en el piso de alguna azotea, una azulina luz helante se reflejaba en su mirada que apuntaba al infinito hacia la bóveda celeste, mientras el manto de la noche le abrazaba.

Vislumbró... iniciaba de nuevo el universo, la nada, el no tiempo y la luz; los primeros elementos que detonarían la puesta en marcha de la existencia, su voluntad, su anhelo y el ímpetu de expansión. El de manifestar(se) en el infinito espacio de la incertidumbre, en todo posible acto, en toda probable extensión de sí mismo.

Sosegado... en ese momento convergieron sus pensamientos y una noción surgió en su consciencia: una idea vaga, un recuerdo numinoso, una memoria oxidada. Se abría una puerta a un pasado primigenio, el gran suceso, aquello que se había instaurado en el corazón de los seres por vez primera, aquello que los constituía como individuos separados del todo, distintos a toda existencia, y que los hacía sentir la abrumadora incertidumbre, el miedo insondable y un frío asfixiante.

Este fue su primer recuerdo, la primera vivencia.

Realizó... dejó de ser él para convertirse en eso, aquello, lo Otro. Ya no era sus pensamientos, ni sus palabras, ni sus sentimientos, nunca lo había sido realmente. Sus actos tampoco lo definían; quizá solo el vínculo entre estas cosas lo hacía tangible, evidente, apareciendo como él mismo bajo la condición de ser existente en la presencia de otro, interdependiente.

Y ahí estando, por un instante, se disolvió en destellos de esa noche.

— LARH




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