DEL ABISMO DE LA DEPRESION

Un gran maestro fue el vacío. No llegó de golpe, sino como una sombra que se extendía lentamente, borrando los contornos de lo que conocía. Al principio, intenté ignorarlo, aferrándome a lo que aún quedaba en pie. Pero el vacío es paciente. Se filtra en los pensamientos, en los gestos cotidianos, en la manera en que el mundo pierde color y significado.

Me llevó a un borde desconocido, donde el suelo desaparecía bajo mis pies y solo quedaba el abismo. No había ruido, ni dolor evidente, solo un peso invisible que me hundía en su inmensidad. Allí, el tiempo dejó de importar, y la existencia se redujo a una sucesión de días sin forma. Pero en medio de esa oscuridad, cuando todo parecía detenido, la angustia comenzó a arder en lo más profundo.

No era un sufrimiento sin sentido. La angustia, la desesperación, ese fuego silencioso que me quemaba por dentro, no eran señales de que todo estaba perdido, sino la prueba de que algo en mí aún anhelaba la luz. La evidencia de que la caída no había borrado por completo el deseo de surgir. Porque quien no espera nada, quien se rinde por completo, no siente angustia ni desesperación. Pero yo aún las sentía. Y en ellas, sin saberlo, habitaba la semilla de algo nuevo.

Fue entonces cuando entendí que el vacío no era el fin, sino el espacio donde todo podía comenzar. No era ausencia, sino posibilidad. No era destrucción, sino origen. En la tierra más oscura, donde todo parecía árido, esa semilla latía en silencio, esperando. No sabía si germinaría, ni siquiera si valía la pena intentarlo, pero entonces, un rayo de luz se filtró por una grieta imperceptible. No iluminó todo de inmediato, pero fue suficiente para que la semilla lo percibiera.

Porque la semilla que busca la luz debe abrirse camino a través de la tierra oscura. No es el sol el que baja a despertarla; es ella la que, aún sin verlo, lo busca.

Y entonces, desde lo más hondo del abismo, algo comenzó a moverse. No con prisa, ni con la certeza de su destino, sino con la simple voluntad de avanzar. Y de las profundidades surgió un destello, atraído por la luz. Un resplandor apenas visible en la inmensidad de la sombra, pero suficiente para marcar el inicio de algo nuevo.

Así también ocurre con el alma que ha tocado el fondo. El vacío no es un enemigo, sino el espacio donde la transformación es posible. No se trata de un regreso repentino, ni de borrar el vacío, sino de descubrir que, incluso en la caída más profunda, algo puede germinar. Que lo que parecía destrucción absoluta era, en realidad, el terreno donde algo nuevo podía nacer.

Y entonces, después de haber sido abatido, me encontré de pie una vez más. No como antes, porque el abismo deja su huella, pero con una nueva certeza: no es la ausencia del vacío lo que nos hace fuertes, sino la forma en que aprendemos a habitarlo….

En la más absoluta oscuridad, la vida puede encontrar su camino.



"De mi miedo más profundo, surge una pequeña flor iluminada."
— LARH.

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