'Feathers In The Wind' (Cuando el dolor se vuelve pluma)
Los daños definen nuestras fronteras; y no siempre ponemos límites por decisión libre. A menudo, lo hacemos como respuesta al daño. Lo que nos hirió se convierte en trinchera. El dolor —vivido o anticipado— nos lleva a levantar muros de rabia, miedo o silencio. Y aunque esos muros nos han protegido, también nos han dejado solos del otro lado, lejos de la posibilidad de ser vistos con ternura.
Todos llevamos heridas. Algunas son visibles, otras se esconden detrás de una mirada que calla más de lo que dice. A veces creemos que ese dolor nos define, que es lo único que nos mantiene a salvo. Pero hay una paradoja: lo que construimos para defendernos también nos impide ser comprendidos.
Lo que muchas veces olvidamos es que no somos los únicos. Hay otros cuyas batallas internas resuenan con las nuestras, aunque usen distintas palabras. También hay ojos marcados por secretos, tormentas y relatos silenciados. Cuando el encuentro humano se da desde la honestidad y la vulnerabilidad, puede surgir un espacio en el que el sufrimiento deja de ser una carga individual y se convierte en una experiencia compartida. Y eso lo cambia todo.
Porque cuando uno se atreve a mostrar lo que normalmente esconde —no buscando compasión, sino conexión—, y encuentra del otro lado a alguien que no huye, sino que permanece, algo profundo ocurre: el dolor pierde parte de su peso. No desaparece, pero cambia. Se aligera. Se vuelve relato, memoria compartida. Se vuelve puente.
Eso abre una pregunta silenciosa, casi como un susurro interior: ¿Qué pasa cuando nos atrevemos a contar nuestras historias, a hablar de lo que pesa? ¿Pueden esas cargas transformarse en algo más liviano? ¿Pueden volverse plumas?
Tal vez sí.
Quizá ahí radique una forma de sanación: no en dejar de sentir, sino en no tener que cargarlo solo.
Y si tenemos la suerte —o el valor— de narrarlo, de mostrar y contar, ese plomo emocional puede transformarse.
No porque deje de doler, sino porque ya no duele igual.
— LARH.
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