DE LA ETERNIDAD Y LO EFÍMERO CONTENIDO EN UN BESO.

En ese instante, cuando nuestros labios se encontraron, sentí que la eternidad se desplegaba ante nosotros. Fue un lapso insondable donde el tiempo se disolvió y nuestros corazones latieron al unísono. Entonces percibí una felicidad tan intensa que parecía inabarcable, una dicha y plenitud que llenaban cada rincón de mi ser. Por un momento, éramos inmortales, invulnerables al paso del tiempo y a las vicisitudes de la vida.

Pero en la misma fracción de segundo, una sombra de tristeza y soledad se coló en mi pecho. Sabía que ese encuentro, tan perfecto y pleno, era tan frágil como un suspiro. La dicha de tenerla a mi lado venía acompañada del miedo profundo de perderla, de que esta conexión tan intensa se desvaneciera con el amanecer. La certeza de que nada dura para siempre se colaba entre nosotros, y esa conciencia convertía nuestra felicidad en algo aún más precioso, pero también más doloroso.

La calidez de su cuerpo, el suave roce de sus labios, me anclaban al presente, pero mi mente se perdía en la incertidumbre del futuro. ¿Cómo podría retener esta sensación de completitud? ¿A dónde irían nuestros sueños y esperanzas una vez que este beso terminara? El peso abrumador de nuestras vidas y la incertidumbre del tiempo se cernían sobre mí, y una angustia sorda comenzó a apoderarse de mi ser.

En ese instante fugaz, en el que nuestras almas parecían comunicarse a través del simple contacto de nuestros labios, vislumbré la dualidad de nuestra existencia. El beso contenía la eternidad y lo efímero en una danza delicada y contradictoria. Era una prueba palpable de que los episodios más breves pueden albergar las emociones más profundas y significativas. La eternidad no se mide en tiempo, sino en la intensidad de los sentimientos que somos capaces de experimentar en un simple instante.

Sin embargo, esa ansiedad pronto se desvaneció, derretida por la ternura del encuentro. Todo lo que quedó fue la sensación de sus dulces labios, un eco de la eternidad que habíamos tocado. En ese punto, comprendí que aunque el futuro era incierto y el miedo a perderla era real, el presente que compartíamos era un tesoro invaluable. Y eso, por sí solo, valía cada ápice de tristeza y cada gramo de miedo.

Porque en la fugacidad de un beso, habíamos encontrado un fragmento de eternidad. Habíamos sentido el pulso del universo en nuestros corazones y compartido un evento tan puro y verdadero que ningún miedo podía oscurecer su luz. En la brevedad de ese acto, habíamos comprendido la esencia misma de la vida: que la belleza reside en la fragilidad, y que la plenitud se encuentra en la simple capacidad de amar, incluso cuando sabemos que nada es eterno.

Así, en ese beso efímero, habíamos tocado la eternidad. Habíamos conocido la felicidad y la dicha, pero también la tristeza y el miedo. Y al final, habíamos aprendido que cada instante, por breve que sea, tiene el poder de contener todo el universo.

— LARH





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