DE LA LUZ QUE SEPARA, Y LA LUZ QUE UNE (La sombra iluminada)
El camino hacia la verdad no es lineal ni cómodo: es profundo, ambivalente, a veces luminoso y otras veces radicalmente oscuro. Jung lo sabía bien: en el alma humana habitan fuerzas arquetípicas que nos tironean en direcciones opuestas, y el crecimiento psicológico no consiste en reprimirlas, sino en reconocerlas, integrarlas y trascenderlas.
Lucifer, el portador de luz, representa en este contexto la función diferenciadora del pensamiento: la necesidad de separarse del todo para desarrollar conciencia. Es el principio que cuestiona, que disiente, que busca saber. En términos junguianos, podríamos decir que Lucifer simboliza el ego que se emancipa, que comienza a diferenciarse del inconsciente colectivo para constituirse como sujeto. Esta energía, en su forma elevada, es la que nos lleva a explorar, a investigar, a romper ilusiones.
Pero esa emancipación conlleva un riesgo: inflación del yo. Cuando el ego se identifica demasiado con su luz, olvida su raíz profunda en el Self, en el centro transpersonal de la psique. Aquí aparece la sombra luciferina: la soberbia, la separación radical, el aislamiento espiritual.
El arquetipo de Cristo, en cambio, representa la integración del ego con el Self. No niega la individuación, sino que la lleva a su culminación: una conciencia que se entrega a un orden más alto sin disolverse en él, que se vacía de su pretensión de autosuficiencia para volver al centro, transformada. Jung ve en Cristo una imagen simbólica del Self: totalidad, unión de opuestos, sacrificio redentor.
Por eso, el camino psicológico profundo no puede prescindir de la fase luciferina: sin ella no hay despertar, no hay pensamiento crítico, no hay libertad interior. Pero quedarse allí es quedar atrapado en el orgullo de la separación. La luz sin amor, sin humildad, termina quemando.
Tal vez el verdadero crecimiento ocurra cuando Lucifer es redimido en Cristo, cuando el saber rebelde se orienta hacia el bien, cuando el yo —ya despierto— se inclina no por obediencia ciega, sino por comprensión lúcida. Entonces el conocimiento se transforma en sabiduría, y la conciencia se convierte en camino hacia el alma.
Como diría Jung: “No se alcanza la iluminación imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad.” Y también podríamos decir: no se encarna el Self sin haber caminado, primero, por el fuego del saber prohibido.
— LARH (05/2015)

Coypel, A., de La Fosse, C., & Jouvenet, J. (1708–1715). Le Père éternel dans sa gloire
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